La Universidad y el elogio de la lentitud

La paciencia del discurso ha fundado la metafísica y la ciencia, las religiones sólidas y las cosmovisiones fundamentales. La Universidad es la sede de la paciencia y de la lentitud de lo esencial, esa clase de lentitud que arriba a las fronteras de las analogías básicas y los fenómenos primordiales.

Algunas intuiciones creadoras llegan con la tarde. Sea la tarde del día cuando declina el Sol o sea la tarde de la vida cuando abdican las fuerzas, pero no la sabiduría. El discurso paciente, como una vida serena, recorre los Holzwege heideggerianos: aquellos caminos que se pierden en el bosque, pero que no nos pierden en el bosque. La sensación de vértigo es una enfermedad del espíritu del aprendiz de mago; ha renunciado al esfuerzo y desea las palabras mágicas, es decir, la prisa sin goce, la pura sensación de poder.

Los antiguos decían con un feliz oxímoron festina lente, apresúrate con calma. Nietzsche escribió en el prefacio de su libro “Aurora”: “Un libro como este, un problema como este, no tiene ninguna prisa. Además, tanto yo como mi libro somos amigos de la lentitud”. Con una paráfrasis puedo expresar que la Universidad es amiga de la lentitud. ¿Pero qué clase de lentitud? Los tres niveles de abstracción de la realidad nos pueden llevar de la mano para definir el término. La lentitud de los ritmos biológicos, para comenzar. El tiempo lento y necesario de las conclusiones formales de la lógica y el tiempo suficiente y libre de las grandes reflexiones científicas y filosóficas. Desde los tiempos de Kant sabemos que no es lo mismo pensar que conocer; y desde los estudios de la comprensión humana de Bernard Lonergan tenemos certeza que comprender es un proceso que posee un tiempo único e insobornable.

El viaje por las aulas de la Universidad es una clase de tiempo que debe ser por definición lento. Es como el viaje por las realidades físicas: debe ser lento y debe disfrutarse tanto por la inteligencia como por los sentidos. En ocasiones el solo viaje es suficiente para cumplir las promesas contenidas en el destino final. No se trata de titularse, es preciso disfrutar el camino y dejar al tiempo ser tiempo. El pecado del Zeitgeist, del espíritu de este tiempo alocado en casi todos los sentidos, es la impaciencia: carreras cortas, aprendizaje rapidísimo, ausencia de goce, pura eficiencia y resultados. La impaciencia, decía Ireneo de Lyon, suprime al ser, al tiempo y a los demás. La prisa por ofrecer títulos en el mercado de las Universidades privadas o públicas solo revelan los tiempos que estamos viviendo, tiempos sofísticos, insustanciales y endiabladamente alocados. Paciencia, debe ser la palabra y el método de las verdaderas Universidades.

En la UNISIERRA, la única “prisa” que tenemos, es una calma científica y humana por dejar al tiempo ser tiempo y por observar con asombro y gratitud el desarrollo pleno de un ser humano, festina lente.

Dr. Juan José Saldaña Valadez

Secretario General Académico.

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