Turismo rural: una alternativa para promover la sustentabilidad y el bienestar comunitario
Por: Dr. Marcelo Márquez Olivas
Cuando nos referimos al medio rural de inmediato nos imaginamos lugares poco poblados, alejados de las urbes, con escasos servicios básicos pero de vastos y muy diversos paisajes naturales; donde la mayoría de sus habitantes subsisten de las actividades del campo y viven en condiciones austeras. Ante esos escenarios es común que en las localidades rurales falten oportunidades de empleo y no se tengan los medios necesarios para el desarrollo de las actividades productivas, lo que dificulta obtener ingresos para cubrir las necesidades básicas provocando altos índices de migración y pobreza. Para abatir esos y otros rezagos en nuestro país se han implementado diversos programas y establecido leyes, impulsando como ejemplo el desarrollo de la actividad turística en las comunidades rurales, dando un paso muy importante a la diversificación productiva en ese sector, donde hay una gran riqueza biocultural y ambiental.
Bajo ese contexto, a inicios de la década de los noventa del siglo pasado se impulsó una forma alterna a lo convencional de atender a las personas que se desplazan de manera temporal, fuera de su lugar de residencia, para disfrutar de unos días de descanso o de esparcimiento. Esa idea tuvo como antecedente de mayor relevancia el documento Nuestro Futuro Común o Informe Brundtland y su principal encomienda fue mitigar el deterioro medioambiental, promover el desarrollo regional comunitario, y coadyuvar a la conservación de especies y su hábitat.
Dentro de las opciones del llamado “turismo alternativo o turismo de naturaleza” se planteó fomentar el ecoturismo; cuya finalidad es apreciar y disfrutar los ambientes naturales a través de la toma de fotografías a especies emblemáticas, practicar el senderismo, el campismo o el desarrollo de otras actividades temáticas; el turismo de aventura, donde lo que fluye principalmente es la adrenalina al practicar deportes extremos o al intentar superar desafíos que impone la naturaleza; como ejemplo el rappel, el paracaidismo, kayaquismo, buceo, la exploración de grutas, el montañismo o trepar de tirolesas; y el turismo rural, donde lo que se busca es la convivencia e interacción con los habitantes de las comunidades para aprender, entre otras cosas, sobre usos y costumbres; como ejemplo: medicina tradicional, vivencias místicas, lenguaje y gastronomía. Dicho turismo ofrece a sus visitantes la gran oportunidad de experimentar el encuentro con las diferentes formas de vivir de las comunidades que cohabitan en un ambiente rural y los sensibiliza sobre el respeto y valor de su identidad cultural.
Visto al “turismo alternativo” como la solución milagrosa y una panacea para resolver los problemas de las zonas rurales surgió un gran interés por financiar con dinero público diversos proyectos turísticos de base comunitaria, con la firme convicción de acabar con la pobreza y el agotamiento del territorio casi de manera inmediata, lo que propicio la apertura en cadena de varios actores como: proyectistas, prestadores de servicios, guías de turistas, capacitadores, certificadores, etc., que vieron en ese tipo de turismo la gran oportunidad de hacer negocio; asimismo, ese gran auge atrajo la atención de académicos e investigadores quienes no tardaron en abrir programas educativos de licenciatura y posgrado relacionados con el tema. Así, México y otros países de América Latina dieron paso a un tipo de turismo particular denominado “turismo rural comunitario”.
En la actualidad a nivel nacional el turismo rural se ha incrementado pero sus resultados no han sido los esperados y más bien son muy cuestionados, lo que ha generado un gran debate en el ámbito político y académico; tan es así que en la Comisión de Turismo de la Cámara de Diputados y en numerosos congresos nacionales e internacionales se ha discutido ese tema y su relación con el desarrollo y la conservación. El aplicar de manera arbitraria los mismos esquemas del turismo de una comunidad a otra, sin tomar en cuenta las condiciones específicas de cada lugar, y con escasos niveles de apropiación de los actores locales, ha sido uno de los principales problemas por los que no se ha aprovechado de mejor manera este tipo de programas de apoyo a las comunidades rurales. Por último, hace falta mayor participación de la iniciativa privada; capacitación de los diversos actores en esta gran cadena de valor, eficientes sistemas de regulación y supervisión, y un decidido apoyo de estados y municipios para fomentar este tipo de negocios que podría ser muy rentable.